Lo sentimos, este sitio requiere un navegador moderno.

Correspondencia

Rosa Luxemburg a Hans Diefenbach

Wronke, 30 de marzo de 1917

Un extracto de esa carta puede escucharse aquí.

Apreciado señor:

En mitad de un equilibrio precioso, laboriosamente alcanzado, ayer antes de dormirme me invadió de nuevo una desesperación mucho más oscura que la noche. Y hoy además hace un día gris, sin sol y con un viento frío del este… Me siento como un abejorro helado; ¿alguna vez ha encontrado usted uno en el jardín en una mañana gélida de otoño, cómo yace panza arriba en la hierba, entumecido, como muerto, con las patitas recogidas y los pelillos cubiertos de escarcha? Solo cuando el sol lo calienta bien, las patitas empiezan a moverse y estirarse, entonces su cuerpecito se da la vuelta y por fin se eleva torpemente al aire con un zumbido. Siempre fue mi labor arrodillarme junto a esos abejorros helados y devolverlos a la vida con el cálido aliento de mi boca. Pobre de mí, ¡ojalá quisiera el sol despertarme también de este frío sepulcral! Por el momento lucho contra el demonio en mi interior como Lutero: con la ayuda del tintero. Y por eso a usted le toca resistir, víctima de un bombardeo de cartas. Hasta que usted haya cargado su gran cañón, yo descargo contra usted mi artillería de pequeño calibre, que lo dejará muerto de miedo. Por cierto, que si en el frente cargaba usted sus cañones a esta velocidad, de verdad no me extraña que estemos en retirada en el Somme y en el Ancre, y seguro que le pesará en la conciencia si tenemos que firmar la paz sin haber anexionado la bella Flandes.

Le agradezco mucho el librito de Ricarda Huchs sobre Keller. La semana pasada, que estaba de un ánimo miserable, lo leí con mucho gusto. Ricarda es verdaderamente una persona muy inteligente y brillante. Solo que su estilo, tan equilibrado, sobrio y contenido, me parece un poco artificioso, su clasicismo me resulta algo pseudoclásico, intencionado. Quien es realmente rico y libre en su interior, puede mostrarse natural en todo momento y dejarse llevar por su pasión sin traicionarse a sí mismo. También volví a leer a Gottfried Keller: las Novelas de Zúrich y el Martin Salander. No se ponga usted hecho una furia, por favor, pero definitivamente Keller no sabe escribir ni novelas ni novelas cortas. Lo que hace siempre es contar historias de cosas y personas pasadas, muertas, pero yo nunca estoy allí cuando pasa algo, solo veo al narrador desenterrar bonitos recuerdos, como le gusta hacer a la gente mayor. Únicamente la primera parte del Enrique el verde tiene vida. Aun así, Keller siempre me sienta bien, porque es un tipo estupendo, y cuando se quiere a alguien es agradable sentarse con él y charlar sobre las cosas más insignificantes y los recuerdos más nimios.

Nunca antes había vivido una primavera de forma tan consciente y plena como la primavera pasada en estas fechas. Quizás porque fue después del año de la celda 69 o porque ahora conozco exactamente cada arbusto y hierbecilla y por eso puedo seguir al detalle su florecimiento. ¿Recuerda cómo, hace unos años, en Südende, tratamos de adivinar qué era un arbusto de flores amarillas? Usted «propuso» reconocer en él un «falso ébano». ¡Y claro que no lo era! Cómo me alegra haberme puesto a herborizar de repente hace tres años, como lo hago todo, con todo mi ardor, con todo mi ser, hasta el punto que me olvidé del mundo, del partido y del trabajo y solo una pasión me colmaba día y noche: pasear por el campo florecido, recoger plantas hasta tener los brazos a rebosar y volver a casa para ordenarlas, identificarlas y registrarlas en el cuaderno. Toda la primavera la pasaba como enfebrecida, y cuánto sufría cuando me encontraba con una nueva plantita y me costaba reconocerla y clasificarla; en varias de esas ocasiones casi me desmayé, y Gertrud [Zlottko] me amenazaba con «quitarme» las plantas, enfadada. Por eso ahora conozco tan bien el reino vegetal, me lo gané a pulso: con ímpetu y con fervor, y cuando te dedicas a algo con tanta pasión, echa raíces en tu ser.

La primavera pasada tuve además un compañero en esas caminatas: Karl Liebknecht. Tal vez usted se acuerde de cómo era su vida desde hacía años: siempre en el Parlamento, [en] sesiones, comisiones, reuniones, todo afán y ansias, siempre con prisas del ferrocarril metropolitano al tranvía y del tranvía al coche, los bolsillos repletos de cuadernos de notas, los brazos llenos de periódicos recién comprados, que era imposible que tuviera tiempo de leerlos todos, el cuerpo y el alma cubiertos del polvo de la calle, y pese a todo con una sonrisa joven y afable en el rostro. La primavera pasada le obligué a tomarse una pequeña pausa, a recordar que existe un mundo fuera del Reichstag y del Landtag, y vino a pasear con Sonja [Liebknecht] y conmigo por el campo y el jardín botánico en varias ocasiones. ¡Y qué capacidad tenía para regocijarse como un niño frente a un abedul recién florecido! Una vez decidimos ir campo a través para llegar a Marienfelde. Usted también conoce el camino, ¿se acuerda? Lo recorrimos juntos una vez en otoño, y tuvimos que cruzar los campos llenos de rastrojos. El pasado abril, con Karl, fuimos por la mañana y sobre la tierra relucían verdes los brotes de la siembra de invierno. Un viento suave ahuyentaba las nubes grises y las empujaba de aquí para allá, y los campos ora resplandecían bañados por el sol, ora se ensombrecían verde oscuro esmeralda: un juego de luces delicioso por el que marchábamos en silencio. De pronto, Karl se detuvo y empezó a efectuar extraños saltos, con el rostro muy serio. Lo miré asombrada e incluso me asusté un poco. «¿Qué le ocurre?» «Me siento tan feliz», contestó simplemente y, claro, estallamos en risas como locos.

Cordialmente, R.

Usted me considera injustamente la gema más bella de la colección de simios de África y Asia de Hindenburg. De acuerdo con la declaración oficial, no soy ninguna «prisionera de guerra». La prueba: me tengo que franquear yo misma las cartas.

Traducción y revisión de Beatriu Querol y Laia Miralles para lingua∙trans∙fair

Fuente

Rosa Luxemburg: «Rosa Luxemburg an Hans Diefenbach», en: Gesammelte Briefe, vol. 5, Berlín 1984, p. 195 y ss.