#3183 Rosa Luxemburg a Luise Kautsky
Sin fecha. Zwickau, 1904
[…] En otro tiempo, allá en casa, me deslizaba al amanecer hasta la ventana –¡oh!, nos estaba severamente prohibido levantarnos antes que nuestro padre–, la abría despacito y miraba hacia afuera, hacia el gran patio. Seguramente que no había gran cosa que ver allí. Todo dormía aún; un gato cruzaba el patio con su paso aterciopelado, dos gorriones se peleaban chillando descaradamente, y el corpulento Antoni, metido en su zamarra corta, que usaba lo mismo en verano que en invierno, estaba plantado junto a la bomba, con las dos manos y la barbilla apoyadas en el mango de la escoba, y un profundo aire de meditación en su cara adormecida y sin lavar. Porque aquel Antoni era hombre de tendencias elevadas. Todas las noches, después de cerrar la puerta cochera, se acomodaba en el banco del vestíbulo que le servía de lecho, y deletreaba en voz alta, a la luz incierta del farol, la Gaceta de Policía, publicación oficial, y su voz resonaba por toda la casa como una letanía ininteligible. En aquellas lecturas solo le movía un amor desinteresado por la literatura; no entendía ni una jota de lo que leía, pero le gustaban las letras como tales letras y nada más. Lo cual no quiere decir que fuera hombre fácil de contentar. Cuando un día le presté, a su instancia, Los orígenes de la civilización, de Lubbock, que acababa yo de empezar a leer con ardiente fervor, pues era mi primer libro «serio» –me lo devolvió al cabo de dos días diciendo que aquel libro «no valía nada»–. Yo necesité muchos años para comprender cuánta razón tenía Antoni.
[…] Este Antoni empezaba siempre su jornada sumiéndose por algún tiempo en profundas meditaciones, de las que salía sin transición, indefectiblemente, con un enérgico, estrepitoso y estremecedor bostezo, y este bostezo libertador significaba siempre: ¡Ahora, a trabajar! Todavía me parece oír el ruido de chasquido que producía Antoni pasando al sesgo su escoba húmeda sobre el suelo, cuidando a la vez, por refinamiento estético, de describir en los bordes graciosos festones regulares que hubieran podido pasar por un delicado encaje de Bruselas. La gracia con que barría el patio era todo un poema. Era también aquel el más hermoso instante del día, antes de despertarse la vida oscura, estrepitosa, ruda, machacona, de la gran casa de vecindad. La augusta calma de la hora matinal se derramaba sobre la vulgaridad del suelo; arriba, en los cristales, chispeaban los primeros oros del sol naciente y, más arriba aún, flotaban nubecillas vaporosas, sonrosadas, antes de disolverse en el cielo gris de la ciudad. Por entonces, yo creía firmemente que la «vida», la «verdadera» vida estaba en algún sitio muy apartado, no sabía dónde, lejos, del otro lado de los tejados. Desde entonces, no he cesado de buscarla. Pero no logro darle alcance, pues siempre se esconde detrás de algún nuevo tejado. […]
Fuente
Rosa Luxemburg: Cartas de la prisión. Cartas a Karl Kautsky, Luise Kautsky y Sonia Liebknecht, traducción de la Semblanza de Rosa Luxemburg y de las cartas de F. Suárez (con la revisión y actualización del equipo editorial), traducción de la introducción y la posdata de Luisa Kautsky Ana Useros Martín, Madrid, Akal, 2019, pp. 74-77.